Detrás de la ventana
Una
niña estaba comiendo pan junto a su ventana, observando a los pajarillos que
esperaban ansiosos que cayera una
migajita. Brincaban de una rama a otra,
impacientes, listos para atrapar el delicioso bocado.
Para ellos una migaja
debía ser como un pan entero. Entonces esparció más migajitas en el suelo.
Inmediatamente, los pajarillos se amontonaron para cogerlas.
La
niña se quedó observando a un pajarito que se había posado en la ventana.
Lo
pilló distraído y lo atrapó, sintió su corazoncito que latía muy fuerte. ¿Se
daría cuenta el pajarito de que ella era quien le arrojaba las migajas?
No
entendía por qué la temía. El pajarillo se debatía por escapar de su mano y se
estaba lastimando, así que decidió soltarlo y éste salió volando hacia un
árbol.
Tomó
otro pedazo de pan y lo desmoronó, las migajas cayeron al suelo, pero ahora los
pajarillos sentían desconfianza, no querían ser atrapados como su compañero,
así es que ella se apartó y observó por detrás de la ventana.
Entonces, los
pajarillos bajaron y comenzaron a comer. La niña se puso un poco triste,
hubiera querido que comprendieran que no quería hacerles ningún daño.
Durante
toda la primavera y el verano la niña estuvo alimentando a los pájaros, detrás
de la ventana.
Ellos acudían todos los días para recibir las migajitas; no les
importaba de dónde provenían ni quién se las arrojaba.
Empezaron
los días fríos y los pájaros comenzaron a emigrar, hasta que un día, las
migajitas quedaron esparcidas sobre el suelo, sin que nadie las tocara.
Pasaron
los meses y llegó por fin el día en que surgió el primer brote anunciando la
primavera. La niña esperaba ansiosa la llegada de sus amigos.
Cuando en los
árboles comenzaron a aparecer pequeñas flores blancas, pudo oír nuevamente los
dulces trinos de los pájaros.
Echó
migajitas en el suelo y se ocultó tras la ventana.
Pasaron
los años, la niña se convirtió en una hermosa muchacha, pero nunca dejó de
alimentar a sus amigos de la infancia, los pajarillos.
Seguramente ahora eran
otros pajarillos, quizá hijos y nietos de los anteriores, quién sabe, pero eran
iguales a sus antecesores, sólo interesados en recibir su alimento, sin
importar quién se lo proveía.
A veces los seres humanos nos comportamos como los
pajarillos, solo nos interesa recibir y recibir, pero no queremos acercarnos a
Quien nos lo da todo.
No queremos saber nada del que nos ha dado la vida, nos
ha dado ojos para ver las maravillas de la naturaleza, brazos para abrazar a
nuestros hijos, piernas para ir hacia nuestra casa, boca para comunicarnos con
nuestros seres queridos, para besarlos y para decirles cuánto los amamos.
Sólo nos ponemos bajo la ventana para recibir el
sustento diario, pero no dejamos que Él la abra y se acerque a nosotros... Sin
embargo, Él sigue dándonos todo. Su corazón está contento, porque nos ama, a
pesar de nuestra ingratitud.
Se nos hace tan fácil despertar en las mañanas y
recibir todo lo que viene de Dios: el aire para respirar, la fuerza para
caminar, la vista para ver por dónde vamos, el oído para llenarlo de música, el
trabajo, el sustento…
¿Qué haríamos si un día, al despertar, no pudiéramos
ver o no pudiéramos caminar, hablar o escuchar?
Empezamos nuestra jornada a carreras, pensando solo
en lo que vamos a hacer ese día.
Si alguien nos quiere hablar de Dios, le
decimos que no tenemos tiempo, siendo que el tiempo nos lo da Él y todo lo
demás también.
A pesar de ser tan frágiles e insignificantes en
medio de este universo, Dios tiene cuidado de nosotros.
Somos una especie privilegiada, ¡somos el ser humano! el único ser de la
Naturaleza a quien el Creador puso un espíritu para enlazarse con El.
¿Por qué
lo dejamos tras la ventana? Él quiere que nos acerquemos, que hablemos con Él.
Traspasa la ventana, no te conformes con
migajas. ¡Él tiene el pan entero!
Acércate a Dios.
Dale gracias porque en
estos momentos puedes estar leyendo esto con tus maravillosos ojos,
increíblemente diseñados por Él.
No
olvides agradecerle cada día por ellos y por todo lo demás, principalmente por
Su infinito amor.
Yo
soy el pan de vida. El que a Mí viene nunca pasará hambre, nunca más volverá a
tener sed. Juan 6:35
Dedicado al Padre Héctor Gabriel Caparrós del IVE - Argentina -
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